En repetidas oportunidades, sucede que: o bien olvidamos medir la cantidad de picante que añadimos a nuestros platos, o simplemente la preparación resulta tener demasiado picante, tanto, que en ocasiones sobrepasa nuestro umbral tolerancia. Es entonces cuando no podemos evitar silbar en la mesa intentado calmar el picante, algo que no resulta agradable para nosotros mismos, aunque si puede resultar jocoso para los demás acompañantes en la mesa.